“El testigo es un pequeño relato que deja en evidencia la dificultad de ser honesto consigo mismo.”

 

Al entrar en el juzgado no tenía las facultades necesarias para prorrogar sus ansias de ser testigo de algo importante. Lupito se adentró en las entrañas del edificio. Admiró su belleza, con las manos abrazadas a su gorra que le delataban como un buen judío. Observó que había trabajadores del organismo, guardas de seguridad, personal de limpieza, una oficina de correos, el estanco…

Lupito, el relator, era un falso judío que añoraba ser policía, pero después de mucho opositar logró una plaza de funcionario mal remunerado y con escasas posibilidades de ascender; pero le llegó la oportunidad de ser alguien importante por una supuesta falsificación de documento público.

El juzgado le citó, y aquel día fue uno de los más felices de su vida. Se sintió alguien importante, porque iba a testificar ante un juez junto a la policía, y sobre todo se encontraría realizando su sueño, estar cerca de la justicia.

Esa mañana se arregló como si fuese a una reunión importante, no sin antes haber pasado por la peluquería, cuidándose la barba y haciéndose la manicura. Se preparó concienzudamente la ropa que iba a portar, incluso eligió las mejores prendas que poseía en el lúgubre armario de su habitación, que compartía con una compañera que le había dejado habitar porque su esposa le arrebató el matrimonio.

Al amanecer fluyó tanta felicidad que se sintió el individuo más feliz de su entorno. La mayoría de sus compañeros le era indiferente su actuación, unos cuantos les pareció que no debería de ir porque no era responsabilidad suya, y los menos, aquellos que degustaban sus bromas, aplaudieron dejando ver que era un tipo ilustre.

Al llegar al edificio de la justicia percibió que no era el único que estaba convocado por los ilustres poseedores de interpretar el código de conducta. Comenzó a indagar y no había ningún insigne periodista, así que decidió olfatear y tampoco logró encontrar lo que buscaba. Se encogió de hombros mirando a un lado y a otro como los contrayentes de justicia que se agolpaban cerca de él: “tendré que llamar a seguridad para que me dejen pasar…es indignante, vaya chusma, no me gusta que estas personas estén aquí”, pensaba con su agudeza visual mirando a su alrededor.

Ante la jueza, que no levantó la mirada hacia Lupito, escuchó con vehemencia al único representante de la administración; se quitó los anteojos para observar con más detenimiento al individuo que tenía delante, y suspiró dejando finalizado la sentencia con un golpe en la mesa del poder judicial.

Lupito ante su propia admiración salió de la sala ante la mirada invisible de los funcionarios. Se alejó hacia la salida y, una vez en la calle, suspiró aglutinando todo el aire que tenía a su alrededor: “habrá que venir más veces…les he dejado con la boca abierta, y como me miraba la jueza…es que soy un testigo simbol, jaja…” murmuró alternando sus ojos con lo que estaba ocurriendo en la calle. De repente escuchó un golpe, y, en la acera de enfrente, un vehículo y una motocicleta chocaban. Muchos testigos fueron a socorrer a las posibles víctimas; mientras, Lupito se acercó a los primeros policías para dejarles sus datos como testigo, fue el primero y narró los hechos como si hubiese estado cerca del incidente.

Nuevamente se sentía orgullo, una vez más iba a ser el protagonista en una sala ante un juez. Se marchó antes de que la ambulancia llegase alegando que tenía a su padre enfermo en el hospital. Al llegar al primer bar se tomó una cerveza dejando un leve eructo que le emocionó por su gran labor social.

Escrito por: José García Díez

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